La reputación y el karma son dos ingredientes necesarios en los algoritmos que permiten encauzar la participación en entornos 2.0. Sin embargo, si técnicamente se instrumentan desde una perspectiva maniquea, sólo favorecen para una mayoría, dejando de lado a una multitud de minorías, y empobreciendo la experiencia de usuario.
El 11 de enero de 2009, Javier Sampedro publicaba en El País una columna de opinión en la que analizaba el efecto disuasorio del karma en webs de social news como Digg y Menéame. Se titulaba «Una portada que no podrá rechazar». Esencialmente, Sampedro aludía al hecho de que usuarios que podían estar a favor de una noticia preferían no intervenir si estimaban que los votos negativos de otros usuarios afectarían a su reputación. Acababa así:
«[…] la gente no manda las noticias que le interesan, ni vota por las que le gustan. Manda las que cree que les van a interesar a los demás, y vota por las que supone que les gustan a todo el mundo. Esa portada no es un promedio de lo que le interesa a cada lector. Es un compendio de sus prejuicios sobre los demás.»
La entrada tuvo una recepción variada en los comentarios del propio Menéame. Hubo gente a favor y en contra de las tesis de Sampedro, y muchos lo entendieron como un ataque de los medios tradicionales contra los medios 2.0. El propio Ricardo Galli, alma mater del Menéame, asumía en su respuesta que el fenómeno disuasorio existía en cierta medida, no terminaba de mojarse, y dedicaba parte de su intervención a desmentir algunas afirmaciones de Sampedro (el algoritmo es público, las noticias pueden ser desenterradas). Galli también se quejaba de no tener derecho a réplica:
«Este es uno de los momentos que suelo despotricar a los responsables de El País Digital por no permitir comentarios en sus artículos. Al menos cuando son de opinión y hablan de gente de carne y hueso que podrían responder en el mismo sitio (y creo que mejorarían mucho los artículos).» (+)
Lamentablemente, el tono de la columna de opinión de Sampedro desviaba la discusión sobre el tema central, es decir, si el efecto disuasorio existe o no. No ayudaba mucho el título de la columna, una alusión a la saga del padrino, que, junto a la mención a la existencia de «mafias» en las redes de Social News, constituye una provocación, voluntaria o involuntaria. Una pena, porque había ideas interesantes en los dos lados. Así, salvo algunos casos, los comentarios de los usuarios del Menéame tampoco aportaban argumentos objetivos en un sentido u otro, y, por desgracia, la conversación se diluyó como suele ocurrir en estos casos: no se discuten las tesis del contrario, sino su autoridad moral para emitir juicios, lo que aniquila el debate de manera fulminante.
Ahora bien, ¿es cierto que ese fenómeno existe? Efecto no exclusivamente referido al Menéame o a cualquier web semejante, como Barrapunto, sino a cualquier portal en que exista interacción entre usuarios que implique una clasificación negativa o positiva entre los propios usuarios. Aunque sin disponer de datos ni encuestas (que seguramente serían igualmente atacadas), es razonable pensar que el efecto disuasorio resulta una teoría verosímil, aunque probablemente sólo una parte de los usuarios lo experimenten. Si uno de los alicientes de participar en entornos de Social Media es el reconocimiento, y si ese reconocimiento se valora e instrumenta a partir de un indicador como el karma, es indudable que muchos usuarios se lo pensarán dos veces. Es puro Maslow. Porque, ¡ojo!, es un caso de profecía autocumplida: el efecto no tiene porqué ser real, basta con que resida en la imaginación del usuario que se plantee votar a contracorriente. ¿Quién no ha preferido alguna vez en su vida callarse en una discusión, ya sea en vivo o por lista de correo, simplemente por no internarse en un carajal dialéctico y evitarse un rato desagradable? ¿Acaso no se estima que en las grandes listas de distribución la mayoría de usuarios permanecen callados toda su existencia?
Supongamos, entonces, que quizás el fenómeno no esté justificado, pero el efecto sí. ¿Cómo sortearlo? El factor karma es cada vez más una necesidad. La participación se incrementa con la llamada web 2.0, hasta extremos que resultan en una carga de trabajo de moderación inabordable en términos económicos. Hace falta karma para facilitar una experiencia de usuario decente, como los umbrales de lectura en Barrapunto, donde el usuario puede decidir si se lee la conversación completa, o se ciñe a una entresaca de comentarios basada en puntuaciones otorgadas por moderadores, y de esa forma se queda con una idea general. El karma sirve para definir qué usuarios, inicialmente ajenos a la administración de un portal o comunidad, pueden intervenir como moderadores. Es un vehículo que retribuye un comportamiento civilizado, a la vez que permite delegar tareas administrativas en voluntarios que se identifican con una marca o la visión de los responsables de un portal. En un mecanismo similar, las redes sociales profesionales premian a aquellos usuarios que aportan información completa y real sobre sí mismos. Por supuesto, los tramposos estudian los algoritmos de reputación para encontrar la forma de trampearlos. El karma no deja de ser una justificada medida defensiva.
En el lado negativo está el uso abusivo del karma que desemboca en que sólo es bueno lo que decide una mayoría, en que sólo medran y sólo son reconocidos aquellos que reciben el beneplácito mayoritario. Puntuar una noticia que no ha caído en gracia es un ejercicio de riesgo, lo mismo que podía ser frecuentar a ciertas personas en la época victoriana: hay un riesgo de ostracismo. En el fondo, esa es la crítica de Sampedro, ¡la autocensura inducida!, a lo que buena parte de la comunidad del Menéame viene a responder que por lo menos ellos participan al decidir una portada. Pero el asunto no deja de ser una cuestión de buen rollito, y la variedad se empobrece vertiginosamente, víctima del pensamiento único.
Hay un enfoque que no es tan maniqueo. Amazon construye un gradiente de recomendaciones basándose en la pluralidad de toda la comunidad. Además de indicar qué otros artículos han sido comprados, se puntúan las reseñas y comentarios de los usuarios. Con una vuelta de tuerca importante: además de estar o no de acuerdo, se indica si la aportación ha sido de utilidad. Así, uno puede decidir qué críticas y comentarios tener en cuenta, basándose en una mezcla de intuición y experiencia, lo mismo que hacemos cuando alguien nos recomienda una película… y sabemos perfectamente que, por experiencia, nuestros gustos difieren notablemente.
En el fondo, lo que Amazon hace es construir comunidades ad-hoc temporales y difusas en torno a un asunto, un objeto, un punto de interés. Es mucho más enriquecedor y positivo. No es el único portal que hace algo parecido. Yahoo answers, por ejemplo, sigue un mecanismo parecido, permitiendo que cada cual encuentre sus expertos de confianza. Por detrás, es necesario disponer de un modelo de datos más complejo que el que demanda el pensamiento único. Por supuesto, hay otro efecto importante y, quizá, prosaico: al facilitar que todo el mundo encuentre un hueco en la comunidad, consiguen no descartar ningún trozo de la larga cola.
Notas:
- FAQ de barrapunto sobre la reputación, karma y derechos de administración obtenidos como premio. También se insinúa un asunto importante: la deuda técnica. Es decir, el estar condicionado por decisiones pasadas que hacen que, a sabiendas de conocer un problema y su solución, este sea imposible de abordar por razones prácticas. Como arreglar los cimientos de una casa sin derribarla.
- Explicación del funcionamiento del karma en Menéame. FAQ de Menéame.
- Por otro lado, es preciso no perder de vista que mostrar contenidos a medida de cada usuario exige una potencia de cálculo para el algoritmo que no está al alcance de todo el mundo. Sin embargo, aproximaciones simples y menos drásticas (y menos maniqueas) son perfectamente posibles.
- Patrick O’ Brian en Amazon, como un ejemplo cualquiera del gradiente de recomendaciones. A medida que se hace scroll por la página, el usuario puede leer opiniones de lectores con intereses similares, ver qué es lo que leen, cómo clasifican y etiquetan, y descubrir lecturas posteriores e, incluso, géneros insospechados, como la ficción naval del siglo XVIII, un subgénero de la novela histórica. Pura larga cola.
- La discusión en Menéame.
ujue dice:
Mmmm, pensaba felicitarte por el artículo, pero no tengo claro si eso me dará puntos positivos en mi karma o me restará… 😉
En serio, una reflexión muy interesante. Ayer publicaba en el twitter las nuevas acciones de Xataka para fomentar la participación, ya que se han estrujado el coco para darle un extra al site, y por su puesto incluyen la posibilidad de puntuar al resto de lectores (http://www.xataka.com/xataka/xataka-20-los-gadgets-mas-tuyos-que-nunca).
Por eso, porque somos «verdugos» de nuestros propios semejantes :)) me encanta la iconografía que utilizan en Billboard.com (http://www.billboard.com/#/column/chartbeat/celebration-madonna-s-40-most-impressive-1004012156.story): te quiero (corazón) o te la clavo por la espalda (puñal) :))
jordisan dice:
Recuerdo que en mi trabajo querían hacer una encuesta y sortear un premio entre todos los que eligieran la opción más votada.
Cuando les dije que así no estaban recogiendo opiniones, sino predicciones (la gente no daría su opinión, sino la que creerían que iba a ser la ganadora) me dijeron que era demasiado rebuscado.
Gracias por este post 🙂
El Guardián de la Heterodoxia dice:
De nada, Jordisan. Siempre se dice que cuando uno hace una gestión con indicadores, corre el riesgo de cosechar lo que mide, pero esta perversión queda para otro día y otro post.