Para saber las respuestas correctas, tendrás que esperar al final del post 😀 porque antes tengo que hablarte de lo buenos que somos buscando atajos.
Vamos a una velocidad tan frenética en nuestra vida y nuestro trabajo que a menudo validamos e incluso defender argumentos que llegan a nuestros oídos pero sobre los que no tenemos una mínima base de conocimiento. De ahí que acabemos discutiendo sobre política, leyes, derechos humanos, sobre el bien y el mal 😀 a partir de las cuatro pinceladas de información que hemos captado (que no escuchado) en la tele al tiempo que ojeábamos los whatsapps del día y comentamos la jornada con la pareja…
Tenemos nuestro cerebro tan saturado de inputs que se dedica a cocinar conclusiones y respuestas rápidas que nos permitan no morir por análisis. El peligro es cuando estos atajos de deducción rápida son una simplificación hasta la trivialización de una realidad mucho más compleja.
Un ejemplo aberrante de situación compleja simplificada sería este anuncio racista aparecido en las calles de Madrid: «6 millones de inmigrantes; 6 millones de parados; no es racismo, son matemáticas».
Salvajadas a parte, la cantidad de situaciones complejas que tropezamos a lo largo del día es de lo más variada. Desde trabajar en equipo, la cultura de nuestra empresa, el análisis continuo que hacemos del comportamiento humano (“me está ignorando porque…”, “no se motiva porque….”), la toma de decisiones…
Ante semejantes retos de procesamiento mental, estamos tan saturados, y nuestro cerebro es tan fan de ahorrar energía, que buscamos el atajo en la interpretación de la realidad observada, por ejemplo, enumerando pros y contras en una decisión compleja para tratar de compararlos como si fueran materia que se cuantifica en kilos.
Lo cierto es que no es sencillo rechazar estas conclusiones rápidas. Primero porque son automáticas (nuestro cerebro nos las va a lanzar se lo pidamos o no) y segundo porque convivir con la complejidad provoca ansiedad.
Mis estrategias últimamente para tratar de protegerme contra sesgos cognitivos indeseados en mi trabajo como UX (y enfrentarme a la complejidad en toda su amplitud) son dos:
- Recordarme a diario que no sé nada. No es que necesite insistirme mucho para tenerlo presente 😉 pero la verdad es que procuro no perderlo de vista y que ello me tenga alerta. Alerta cuando hago mi trabajo como UX y exploro un proyecto y su contexto para tomar decisiones y no conformarme con cuatro datos de fuentes secundarias para sacar conclusiones, porque sería lo fácil; o alerta cuando analizo esa información y tengo que autovigilarme para estar segura de que no la sesgo, llevándola a mi terreno por interés inconsciente.Si te preocupa sentirte continuamente ignorante, tranquilízate con esta frase de Humphry Davy:
“Cuanto más sabemos, más sentimos nuestra ignorancia; más sentimos cuánto queda desconocido; y, en filosofía, el sentimiento del héroe macedonio nunca puede aplicarse: siempre hay nuevos mundos por conquistar.»
Por mi parte, al menos, prefiero pensar que mi estado constante de duda es una señal de conquista y no la revelación de un avergonzante nivel de ignorancia 😀 Bromas aparte 😉 creo firmemente en el poder la duda diaria.
- Observar en equipo (multidisciplinar) la información a procesar, para que la inteligencia colectiva destruya los atajos automáticos de los miembros individuales y siempre haya un amigo/compañero/colega/miembro de equipo capaz de señalar el sesgo cometido.
Y, ya para terminar (y como te había prometido) voy a ser yo quien haga de ese amigo, para señalarte los sesgos que has podido sufrir en las preguntas del inicio. Espero que mi revelación te sirva para alertarte en un futuro ante una situación compleja y que evites con ello caer en simplificaciones y conclusiones automáticas de forma inconsciente.
Si lo consigues, recuerda que puse con este post mi granito de arena para ello 😉 y que se aceptan cervezas, retuits y similares como agradecimiento 😉
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