Durante el proceso de selección de Biko, entre los nervios e incertidumbre que caracterizan una entrevista de trabajo, alguien me preguntó: «¿Cuál es el mayor reto al que te has enfrentado en tu carrera?» Buena pregunta, aunque me pilló por sorpresa. No recuerdo bien qué contesté, además de balbucear una lista de funcionalidades, tecnologías e infraestructuras con las que había trabajado hasta esa fecha.
Pese a todo, pasé el proceso de selección. Entré en un proyecto interesante, ilusionado por las aventuras que me esperaban. Iba aterrizando, conociendo al equipo, familiarizándome con el negocio y la tecnología. Poco a poco cogía soltura y llegó el momento de asumir el que para mí prometía ser el mayor reto: buscar la manera de hacer testing en el proyecto.
Algunas personas del equipo acordamos que dedicaría un tiempo a analizar cómo lo haríamos. Empecé a entender la teoría: preguntaba a gente, leía libros, buscaba vídeos… Me iba empapando. Compartía con el equipo, pero había gente que no me seguía, sentía que no mostraba interés. ¿Acaso no entendían la importancia del testing? Mi frustración crecía y empecé a bombardear al equipo con recursos sobre el tema. No importaba si los leían, tampoco preguntaba, había que «motivar a la gente». Creía que ayudaba cuando, en realidad, solo presionaba a personas que tenían otras inquietudes en ese momento.
Llegó el momento de saltar del plano teórico al práctico. Entendí la tecnología y herramientas necesarias, buscando la configuración para aplicarlas a nuestro proyecto. Con ayuda, conseguimos montar la infraestructura adecuada. Ahí estaba, era una realidad, podíamos hacer tests en el proyecto. Pero había gente que no los hacía y seguía sin entender qué pasaba. ¿No veían el esfuerzo que había hecho? Lo tenían todo a favor y había gente que no metía un test. En mi afán por aplicar las buenas prácticas que leía en los libros (y buscando un reconocimiento) aumentaba la crispación dentro del equipo y me distanciaba de él.
Algunas personas del equipo estaban motivadas y, poco a poco, iba subiendo el número de tests. Había gente que sentía que se quedaba atrás, pero con ver crecer ese número me bastaba. Cada nuevo test era un logro, me jactaba de tirar del carro y ser un líder. Yo seguía sin escuchar, empujando, mejorando el proyecto a toda costa, presionando al equipo. No entendía que mi tarea era estar al servicio de las necesidades del resto, respetando la diversidad dentro del equipo.
Tengo suerte de formar parte de un gran equipo que, gracias a la atención a la mejora continua, supo pararme los pies. Una persona me dijo algo que me apunté: «En desarrollo de software el reto no es la tecnología, sino las personas». Cientos de tests más tarde lo veo claro: el código lo aguanta todo, basta con meterle horas, probar, fallar y volver a empezar. Las personas no, las personas merecen atención, respeto y cariño.
Si hoy me peguntaran: «¿Cuál es el mayor reto al que te has enfrentado en tu trabajo?» No dudaría, aunque igual sorprendería con una respuesta nada técnica. No hablaría de proyectos, funcionalidades o infraestructuras. Hablaría de la vez que descubrí que esto va de personas y, para mejorar como developer, se empieza por mejorar como compañero. De nada valen las buenas prácticas si no hay empatía, entendimiento y respeto a la diversidad. Contaría ese momento en el que vi que, el equipo que trabaja bien, es el que trabaja feliz. Diría que mi mayor reto fue descubrir todo esto, aunque tenga toda la vida para resolverlo.